- Oye tú, BYN, ¿qué te ha pasado en la vista? – sonó una misteriosa vocecita.
- ¿Quién habla, hay alguien ahí? – pregunté mientras miraba a todas direcciones intentando visualizar a la persona de la cual provenían aquellas palabras.
- Relájate tronco y me verás, cierra los ojos durante un minuto, respira hondo y vuelve a abrirlos.
Y así hice, no sé muy bien porqué pero cerré los ojos y al cabo de un minuto los abrí, veía todo como antes, no había cambiado nada. Aunque un momento, algo sí había cambiado, aquellas tres píldoras blancas habían cambiado de color, ahora había una rosa, otra azul y una amarilla que parecía tener vida.
- Lo ves BYN como eres capaz de ver cosas que antes no veías si te relajas un poco.
- ¿Eres tú quién me hablas? – le dije a aquella pastilla amarilla.
- Pues claro tron.
- Pero, las pastillas no habláis, ¿qué me está pasando? Me estoy volviendo loco – dije asustado.
- No estás loco pero necesitas una inyección de magia, luz y rock & roll. ¿Estás dispuesto a ello?
- No sé, ¿tengo que hacer algo?
- Sólo una cosa, cógeme, méteme en tu boca y deja que me deshaga en ella e inunde tu paladar con millones de sensaciones.
Jamás me había dejado llevar por un impulso, como si en mi corazón volviera a escuchar un rotundo y sonoro bombeo me metí la pastilla en la boca, tras un rápido pestañeo comencé a ver los objetos de mi habitación de otro modo. No sabría explicar lo que me ocurría, es como si estuviera metido en un cuadro y una mano con un pincel coloreara los muebles, las paredes, mis ropas. No, un momento, no era una mano la que coloreaba mi mundo sino ¡un plátano!.
- Hola tronco, ¿mejor? – me dijo el plátano con una sonrisa.
- Hola, no sé si mejor pero algo diferente sí – le respondí a la fruta amarilla.
- Mi nombre es Sr. Plátano, ¿y el tuyo?
- No sé si podré acordarme de un nombre tan complicado de memorizar – dije riéndome –. Yo me llamo Peter.
- ¿Quieres venirte a dar una vuelta conmigo?
- Me vendrá bien salir a estirar las piernas – contesté sintiendo como aquel fuerte latido del corazón fue acompañado por otros más a ritmo de rock & roll.
Así fue como salimos a la calle, pero el cielo estaba oscuro, las nubes cubrían el sol y los árboles parecían terribles seres al acecho para atacar a cualquiera que osara pasear por el camino que se abría entre ellos.
- No sé si es buena idea salir de casa – le dije al Sr. Plátano –. Parece que se va a poner a llover.
- ¿Y eso qué más da? Lo mismo tenemos suerte y nos cae una lluvia de flores. Además tampoco está tan oscuro, mira tronco y aprende.
El Sr. Plátano se dirigió al camino y del rabo le salió un haz luminoso que inundó todo de colores, yo cegado al principio no conseguí ver nada pero al poco tiempo mi vista se acostumbró a aquello y pude comprobar como lo que antes era gris y sombrío ahora era de color.
- Ahora es tu turno, ¿ves aquella casa de allí? – me preguntó el Sr. Plátano.
- Sí – respondí –. Pero está hecha polvo, parece que haya sido abandonada hace mucho tiempo.
- ¿Estás seguro, has visto lo que he hecho yo antes? Creías que el cielo y el camino eran aterradores pero sólo para ti, para mi era un día espectacular. Además esa percepción es muy fácil de cambiar porque aunque no lo creas tienes poder para ver las cosas de otra manera. Venga, te toca a ti repetir lo que yo hice, verás como es muy sencillo.
- No sé si podré – le dije al Sr. Plátano.
- Claro que puedes tronco.
Así que me empecé a bajar los pantalones para inundar…
- ¿Pero qué estás haciendo? – me preguntó el Plátano.
- Pues echar un arco iris por el rabo como tú.
- El poder no lo tienes en la colita sino en tu cabeza, hay que ver que tontico eres tronco.
Ahora sí, cerré los ojos, pensé en piruletas rojas, gominolas multicolores, montañas de sugus y ríos de miel moviendo molinos de chocolate, al abrirlos aquella casa medio en ruinas se convirtió en una hermosa y limpia casita construida de dulces con un río como el que antes había visualizado.
- ¡Vamos a ponernos morados de golosinas Peter! – gritó el Sr. Plátano.
Y corriendo con él me dirigí hacia aquella casita de llamativos colores de la que daríamos buena cuenta.