
Pero esa leve sensación de seguridad no duró demasiado, lentamente y como por arte de magia la persiana de mi habitación comenzó a levantarse. Me pellizqué con fuerza el moflete derecho para asegurarme de que aquello no era una pesadilla, provocada por el sopor de una película del oeste en blanco y negro. Efectivamente aquello no era un sueño, y si lo era, estaba ante el más real de mi vida. La persiana subió hasta arriba, a través de la ventana pude ver la oscuridad, una oscuridad pura, ideal, no garabateada ni mancillada por ninguna luz, reflejo o sombra, sólo oscuridad, la perfección del negro mirándome a los ojos. No me gustó para nada aquella visión, así que cuando logré apartar la vista de las tinieblas volví a bajar la persiana hasta abajo. No llegaron a diez los segundos en los que me encontré de nuevo a salvo, la persiana comenzó nuevamente a subir.
La desesperación se estaba apoderando de mi interior, una bola de nervios procedente del estómago subía hacia el corazón, que comenzó a bombear con mayor rapidez y fuerza. Notaba como las articulaciones se llenaban de energía y aprovechándolas, junto a mi nula capacidad de control sobre el cerebro, abrí la ventana y comencé a dar puñetazos hacia el exterior. El resultado fue negativo, no conseguí impactar con nada sólido, ¿pero entonces, qué o quién estaba levantando mi persiana?, ¿cómo era capaz de hacerlo?, ¿había perdido la cabeza o acaso la imaginación se había apoderado del control de mi cuerpo? No sabía lo que estaba ocurriendo, no sabía qué hacer, ¿acaso podía hacer algo?

Entre estas interrogantes volví a bajar la persiana, obteniendo el mismo resultado que en las anteriores ocasiones. Seguro que esta vez pillaba a alguien ahí fuera, saqué mi tronco por la ventana dando puñetazos con toda la fuerza que podía, pero nada, sólo le daba guantazos al impenetrable aire. Volví a meterme hacia dentro, esperé unos segundos y pensando que cogería desprevenido al causante de toda aquella locura, me lié de nuevo a puñetazos con la nada. Aquello era frustrante, me senté en la cama, sudando y con el corazón a cien por hora, me llevé las manos a la cabeza y me puse a llorar, ¿cuánto duraría aquella pesadilla?, no podía aguantar mucho más, la cabeza me iba a reventar.
Pero aquella terrorífica noche me tenía guardada una última sorpresa, una extraña fuerza me estaba envolviendo, arropándome en un cálido manto de ingravidez. Me sentía a gusto, protegido, las pulsaciones fueron disminuyendo y hasta comencé a cerrar los ojos. Mientras, la misteriosa fuerza estaba llevándome en volandas hacia la abierta ventana, que me transportaría al reino de la oscuridad.