Así me gusta comenzar un lunes

Qué contento estoy, otra vez lunes, cinco días por delante en los que madrugar, ir a currar, llegar a mi casa tarde, vamos que me encantan los lunes como a casi todo el mundo. Pues hoy parecía que iba a ser un lunes como cualquier otro hasta que salí de mi casa.

Salgo por la puerta de casa y bajo las escaleras intuyendo los escalones, a pesar de la ducha y quitarme las legañas habían vuelto a aparecer en pocos minutos, así que iba con unos ojitos achinados y pequeños por lo que mi campo de visión era bastante reducido. ¿Os imagináis lo que me ocurrió? Pues no, no me caí por las escaleras, mal pensados, llegué al portal sano y salvo, en este punto voy a abrir la puerta para salir a la calle y descubro alucinado que tengo superpoderes, me había quedado con el pomo de la puerta en la mano. Para que luego digan que los lunes son malos, eso será para los demás, yo me levanto con superenergías y superpoderoso. Mmmmmm, ¿en qué utilizar este don?, soy fuerte, bien, bien, bien, de todas formas habrá que hacer una prueba para cerciorarse. Para ello intento levantar la enorme maceta que tenemos para adornar un poco la entrada con una estupenda planta de color amarillento, el resultado es negativo, sigo siendo el mismo enclenque debilucho que siempre. ¿Entonces qué había ocurrido? Pues nada, que soy gilipollas y la puerta está jodida, vuelvo a poner el pomo en su sitio y consigo abrir sin que vuelva a salirse.

Ya en la calle cruzo la esquina y una vocecilla me comienza a hablar dentro de la cabeza, escuchémosla:

- Tú tontolculo, que te has dejado el abono en casa.

Joder pues es verdad, que haría yo sin mi querida neurona, así que nada, vuelvo a subir, cojo el abono, abro la puerta de la calle con cuidado de no quedarme con el pomo en la mano de nuevo y me encamino hacia la estación de tren. En llegar tardo más o menos unos 7 u 8 minutos que aprovecho para pensar en gilipolleces mientras esquivo los esputos pegajosos que plagan el camino. Entre las cosas que iba pensando me di cuenta que se me había olvidado coger el pendrive con un programa que tenía que pasar a un compañero, pero no solo eso, también me había dejado el libro, ¡¡¡fatal!!! Llego a la Renfe habiendo pisado un escupitajo, estupendo, parece que hoy va a ser un buen día porque seguro que esto tiene que ser parecido a las cacas. Me dirijo hacia los tornos, saco mi abono del bolsillo trasero del pantalón, voy a meter el billete pero..., ¿dónde cojones está el billete?, no puede ser, la historia se repite. Ya es la segunda vez que me ocurre, joder qué hago, sólo se me ocurre que puede haberse caído el día anterior en el raquetero cuando me fui a jugar al frontón.

Así pues, tomé la decisión de volver a casa para ver si estaba allí a riesgo de llegar tarde al trabajo, pero es preferible eso que pagar más pelas a los ladrones del transporte público. Llego a casa medio sudando por culpa de las prisas y porque encima hoy tenía que ir con el puto traje con el calor que hace. Me dirijo corriendo a la bolsa de las raquetas, abro un bolsillo y allí estaba el dichoso billetito, menos mal, así que vuelvo a bajar corriendo, voy a abrir la puerta del portal y me quedo de nuevo con el pomo en la mano, vale, genial, esto ya lo había vivido antes, no tengo superpoderes, bla bla bla, otra vez andando hasta el tren. Pero un momento, soy gilipollas profundo, ¿vuelvo a casa y no cojo ni el pendrive ni el libro? es para pegarme un tiro.

Al final llegué al curro 25 minutos tarde pero con los ojos más abiertos que nunca.