Prosi mató a mi Jhon

Generalmente suelo contaros historias alegres y que hacen risa en el blog pero hoy voy a demostraros que no todo es de color amarillo.

El acontecimiento sucedió allá en mis tiempos mozos, cuando hacíamos botellón a las 6 de la tarde y salía siempre con zapatillas los fines de semana, a pesar de las quejas por parte de los colegas, ya que no nos dejaban entrar en ningún garito. Lo cierto es que por aquel entonces las tías no me importaban demasiado, lo principal era agarrarse un buen pedo y hacer el zanguango el resto de la noche. Es por ello que prefería ir a un antro a escuchar buena música que estar rodeado de chavalas con faldas a la altura de las bragas y bailando ritmos latinos.

En uno de esos fines de semana en el parque, mientras los niños jugaban al fútbol o corrían en bici montamos el campamento en el banco mítico, un banco concreto en el que siempre estábamos tirados todos los fines de semana, nevara, lloviera, hiciese 40 grados o jugara el Madrid-Barça. Con nuestras bolsas del Alcosto llenas de cartones de vino, litronas y botellas de whiskey y ron, refrescos idóneos para realizar una sabrosa mezcla, una o dos bolsitas de hielo, dependiendo de la temperatura ambiente, y algo para picar llegábamos al banco antes mencionado. Allí estábamos unas cuantas horas hasta que terminábamos con el alcohol (o él terminaba con nosotros).

Este tío harto de cargar bolsas con botellas preferió llevar el carrito de su madre

Sin embargo, faltaba un miembro del grupo: el Prosi, mote puesto en honor al gran Prosinecki que por aquel entonces andaba ya casi siempre lesionado y le acusaban de que no rendía en el campo porque fumaba. En nuestro caso le llamamos así porque jugando al fútbol era bastante malillo. El caso es que la novia del Prosi no era de nuestro pueblo y quedaban todos los fines de semana, sin embargo antes de que terminaran los trenes volvía y se unía con nuestro amigo Jhon (Bote-Jhon). Pero el muy listo se bebía un par de copas y no acuquinaba nada, simplemente se hacía el tonto, pero su morro llegaba mucho más allá. Un día que no quedaba priba, fue un colega y él a comprar algo de bebida, pagó con el fondo común que pusimos y se quedó con la vuelta, también se hizo el tonto.

Pero la que más me jodío fue el día en que quedaba un culín de whiskey en una botella pero no había más coca-cola, una putada porque yo sin ese refresco no me lo bebo. Así que no me quedó más remedio que ir a buscar un bote a la gasolinera que quedaba a pocos metros, la compro y vuelvo para terminar con el alcohol. Pero cuando llego me encuentro al Prosi bebiéndose mi, y repito mi, whiskey, le había echado limón, eso ya me jodío bastante pero es que encima el tío tenía la caradura de decir: "Uffff que malo está esto". Si no exploté de rabia aquél día no lo haré jamás.