El hombre sin corazón

Pedro era feliz a pesar de su poco agraciado aspecto físico, con tendencia a engordar y cara marcada por la viruela daba por perdida cualquier tipo de relación afectiva con una mujer. Le gustaban las chicas, claro que sí, pero se había autoconvencido a si mismo de que no existía ninguna posibilidad de besar a una. Apaciguaba sus instintos sexuales masturbándose al menos dos veces al día aunque era algo que le avergonzaba sobremanera y que quería erradicar. No podía dejarse vencer por una serie de reacciones primitivas, debía imponer su voluntad sobre el cuerpo mediante órdenes tajantes.

Pedro trabajaba en una oficina, tenía un buen puesto como jefe de un grupo de personas, el sueldo era excelente comparado con el de la mayoría de la gente que conocía, pero lo mejor de todo es que no precisaba demasiado esfuerzo intelectual para desarrollar su labor diaria. Generalmente le sobraba tiempo en la oficina que empleaba en leer la prensa por internet y frecuentar una serie de foros sobre filosofía y literatura en los cuales participaba habitualmente. Su objetivo en la vida era cultivarse intelectualmente, saber más y más, conocer, aprender y estudiar la base del conocimiento humano, llegar a las raíces del mismo. Y así hizo desde la adolescencia, cuando palo tras palo entendió que jamás el amor que sentía por alguien sería correspondido, por lo tanto desechó aquella posibilidad centrándose en su aspecto intelectual, donde tenía un camino abierto y despejado. Iba por la calle y ni siquiera se fijaba en la chica más guapa que había pasado por allí en siglos, sin embargo era capaz de sentir un tremendo gozo al observar como en el banco de enfrente un hombre leía a Herman Hesse, uno de sus escritores favoritos.

Pedro había logrado ser feliz enterrando en lo más profundo de su ser el sentimiento de amor, y en especial el amor hacia una mujer, de esa manera evitaría la remota posibilidad de verse algún día devorado por dicha sensación. Pero ¿realmente somos los seres humanos capaces de desembarazarnos de este sentimiento?, ¿podemos vivir dando las riendas absolutas de nuestra vida a la razón? Pedro estaba convencido de que era posible.